La arquitectura tradicional es la referencia constante del proyecto, no tanto en lo formal, sino en cuanto a la manera de trabajar. Así, el proceso comienza con la búsqueda de elementos en la isla que puedan ser utilizados. Las sabinas, con las que antiguamente se construían los forjados, están protegidas y las canteras de marés, agotadas. Solo queda utilizar lo que llega por mar: posidonia y barcos (y los palés de obra, que permanecen en la isla por el elevado coste de embarcarlos). Se propone por tanto un cambio de concepto: “En lugar de invertir en una industria química situada a 1.500 km, dedicaremos el mismo presupuesto a una mano de obra local poco cualificada, que tiene que extender la posidonia al sol para secarla, y compactar en los palés, consiguiendo 15 cm de aislamiento en cubierta. La sal del mar actuará como biocida natural, y el producto será completamente ecológico porque carece de proceso industrial.”
Todas las viviendas disponen de dos dormitorios y salón-cocina-comedor con doble orientación; disfrutan asimismo de ventilación cruzada hacia los vientos dominantes —brisa marina N y E—, y de grandes cristaleras y lucernarios a sur para calentar en invierno, accesibles y dotados de protecciones solares. En invierno las viviendas mantienen una temperatura media de 21-22º sin encender la calefacción.