Esta fórmula, aparentemente sencilla, es fruto de un proceso de diseño y conciencia social que vió la luz en 2013 gracias a un concurso que arrojaba un pequeño rayo de luz sobre un problema que nos concierne a todos. El equipo del diseñador industrial Álvaro Catalán de Ocón, afincado en Madrid, se planteó qué segunda vida podría tener la familiar botella de plástico PET. Pocos ejemplos podrían encontrarse en un mundo tan heterogéneo como el nuestro, sin embargo, este recipiente no entiende de culturas.
Inspirándose en un utensilio de cocina japonesa se llegó a una operación manual que transformaba la estructura rígida de las botellas PET en fibras con un núcleo común. Estas fibras pueden entrelazarse, atarse o rodear otros materiales y, así, generar un nuevo producto que pertenezca a ambos. El siguiente paso fue soñar con esos materiales y las leyes que definen su entramado.
Mientras que el alma de las PET Lamp se teje en sus países de origen, los últimos detalles que les darán vida se rematan en un taller madrileño. La precisión que requiere una instalación eléctrica necesita piezas con un diseño fiable y resistente; pero el punto de encuentro entre ambas disciplinas, artesanía y diseño industrial, debe responder al mismo lenguaje que la primera de ellas. Un engranaje delicado de piezas bellas en sí mismas y exacto como un reloj suizo al mismo tiempo.
Desde el 15 de diciembre la familia PET Lamp ha incorporado a un miembro muy especial. La comunidad australiana de Ramingining, caracterizada por los paisajes densos de vegetación baja, fue la elegida para llevar a cabo un diseño del que no se tenían referencias previas. Esta localización remota y una cultura donde los lazos familiares siguen reglas indescifrables, han sido los elementos fundamentales para alumbrar la primer pantalla combinada de la colección.