Moneo & Frampton
En diálogo
Madrid, España
El Pritzker Rafael Moneo (1937) y el celebrado historiador y crítico Kenneth Frampton (1930) dialogan en Madrid sobre los problemas de la arquitectura contemporánea

El papel cada vez menos relevante que desempeña la teoría y, en general, el pensamiento en la práctica profesional son, según  Frampton y Moneo, los principales retos a los que se enfrenta la arquitectura contemporánea. A este punto de partida se le suman las grandes transformaciones de la sociedad, la economía y la propia arquitectura que han hecho que los discursos tradicionales, basados en conceptos como el ‘espíritu de los tiempos’, la racionalidad o la fe en el progreso, resulten hoy inoperantes; o la precarización del mercado laboral que afecta a los más jóvenes. Frente a ello proponen una lectura crítica de la globalización y también una ética de la resistencia sostenida en los principios de la disciplina. 

Imagen número 75 de Moneo & Frampton
© Miguel Galiano

Kenneth Frampton (KF): Nos conocemos desde mediados de los años 1970, una época en la que la teoría era fundamental para los arquitectos. Cuarenta años más tarde, ya no es tan importante…

Rafael Moneo (RM): Creo que hoy se ha renunciado a que la teoría respalde la práctica arquitectónica: la batalla se ha perdido. En la década de 1970, Peter Eisenman y otros probablemente confiaban aún en que su enfoque, el de la visualidad pura aplicada a la construcción por influencia de Colin Rowe podía generalizarse. Hoy la teoría ha acabado en manos de escritores inspirados por el posestructuralismo, franceses sobre todo. La teoría ya no tiene en absoluto la presencia que tenía antaño. Durante toda la segunda mitad del siglo xx, para intentar averiguar lo que significaba la teoría de la arquitectura había que recurrir a los historiadores. Los historiadores eran, en cierto modo, los depositarios de una tradición y, como tales, definían el paradigma de lo que podríamos llamar las ‘modernidades’. Esto ha cambiado radicalmente con la llegada del nuevo siglo. 

KF: Sí, es cierto. 

RM: Los historiadores delimitan en buena medida el marco de intereses de los arquitectos; necesitas ir a sus textos para saber lo que realmente importa. Pero el modo en que la historia de la modernidad se ha narrado ya no resulta útil en el contexto actual. Este es el problema.

KF: Por eso creo que el discurso filosófico podría ser más útil. La cuestión de si la ciudad tradicional puede ser el sustrato de algún tipo de continuidad en el contexto contemporáneo es realmente un problema de calado. Y uno de los problemas asociados más profundos es la idea de progreso y la cuestión de si tal idea sigue siendo válida, no sólo desde el punto de vista de la arquitectura, sino en general. ¿Podemos seguir creyendo en el progreso?

RM: Ya no somos capaces de pensar con claridad en términos de progreso. 

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‘Zeitgeist’ y utopía

KF: Estudié arquitectura en los años 1950 en Londres, y en el contexto del Estado del Bienestar británico. Entonces era posible creer que la idea del progreso estaba íntimamente ligada con la modernidad, y que la modernización sólo podía traer beneficios a la sociedad. Era un momento muy ingenuo. Creo que esto se refleja en la primera edición de Modern Architecture: A Critical History. Pero, por lo que sea, tardé diez años en escribirlo, y en este tiempo mis puntos de vista cambiaron, sobre todo al radicarme en los Estados Unidos. Conocer este país fue un gran shock para mí.

RM: Pienso que la gran diferencia entre lo que sucede hoy y lo que sucedía, pongamos por caso, en el periodo entre las dos guerras mundiales y después en las décadas de 1950 y 1960, es que en los años 1920 todavía se tenía la sensación de que el progreso se podía diseñar. Uno estaba legitimado para pensar utópicamente. Ahora, no creo que podamos prever cómo van a ser las cosas. Y sin embargo, todo el mundo sigue creyendo en el futuro, pero en un futuro informe. Hoy los arquitectos no tienen una idea clara de los tiempos que se avecinan. Creo que el futuro se va a desarrollar de una manera positiva, pero me pregunto si seremos capaces de anticiparnos a él y, por lo tanto, de diseñarlo. En una palabra: de seguir pensando a partir de ideas como la del Zeitgeist, el ‘espíritu de los tiempos’. Zeitgeist fue una palabra fundamental: ¿cuántas veces se ha repetido que los arquitectos debemos estar a la altura del espíritu de los tiempos? Pero, ahora, ¿quién es capaz de decir en qué consiste el espíritu de los tiempos?

KF: Creo que una de las cosas que aún no hemos asimilado es reconocer los límites de la idea de progreso. Una de las cosas que hoy han reemplazado a la noción de progreso es la de maximización. En la medicina, la agricultura y en otros muchos campos, sobre todo en el desarrollo del capitalismo tardío, la maximización se ha convertido en una de las grandes fuerzas que mueven la sociedad: la maximización de la producción agrícola, la maximización del tratamiento de las enfermedades mediante medicamentos, la maximización de las ciudades en términos de desarrollo capitalista. Todos esos rascacielos que proliferan por el mundo, como en Londres, ¿qué son sino máquinas ajenas a la cultura y concebidas para ganar el máximo de dinero posible?

RM: A esto se suma el hecho de que hemos perdido la confianza en el valor de la palabra ‘razón’. Necesitamos darle otro sentido, desde el momento en que hoy todo lo que pueda construirse resulta sin más razonable. A veces se habla de los arquitectos ‘intelectuales’, aquellos que reflexionan y construyen, pero, ¿dónde están este tipo de arquitectos hoy? Los profesionales ahora tienen que emplear mucho más tiempo en los medios de producción de la disciplina. Hoy, por ejemplo, resulta más difícil tender puentes entre el trabajo de los artistas y el de los arquitectos. 

KF: Pienso que, en ese sentido, uno de los problemas es que el propio arte se está mercantilizando. La mercantilización es un gran problema porque los arquitectos piensan que su trabajo es una especie de arte a gran escala. Pero entre la arquitectura y el arte no puede darse ya la misma dialéctica que la que se daba en los años 1930. Cuando los arquitectos conciben hoy los edificios como un arte a gran escala hacen que su disciplina corra el mismo riesgo que corre el arte: el riesgo de la mercantilización. 

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Dando forma al vacío
RM:
Has usado el término ‘mercantilización’. Es cierto que cuando la arquitectura se mercantiliza pasa a formar parte de un contexto en el que ya no se le exige servir a la razón. Es algo que sucede mucho hoy y que no pasaba antes. 
KF: En algún lugar, Aldo van Eyck se pregunta cómo pueden los arquitectos dar forma a una sociedad que ya no tiene forma, encontrar la ‘contraforma’. Se trataba de una profecía hace treinta o cuarenta años, ¡pero hoy es un problema real!
RM: En este sentido, si los principios descriptivos y normativos de la arquitectura han estado durante la modernidad en manos de los historiadores, hoy resulta necesario reconocer que su narración ya no resulta útil en la medida en que ha perdido su carácter explicativo y no da cuenta ya de la realidad. 
KF: Ese es el problema. Y lo notas; lo notas cuando dialogas con estudiantes. Se ha producido un vacío, una brecha que quieres cubrir, aunque no resulte fácil conseguirlo. 
RM: Creo que este problema podría encararse dando a la palabra ‘continuidad’ un sentido positivo en lugar de uno negativo: dando cuenta, por ejemplo, de la historia que ha definido el contexto en el que trabajas, la historia, pongamos por caso, de los doscientos últimos años… Todavía sigo creyendo que hay que ser muy cuidadoso a la hora de renunciar a las preexistencias, de desperdiciarlas…
KF: En este sentido, recuerdo algo que dijo un marxista argentino (citado tal vez por Tomás Maldonado), y que me impactó mucho: no se puede hacer nada sin generar desperdicios. Se trata de una declaración sorprendente. Es a esto, precisamente, a lo que nos estamos enfrentando. 

RM: Siempre es necesario construir. Construir es un acto de fuerza que siempre implica dañar algo hasta cierto punto: no hay duda al respecto. Además, es imposible repetir una y otra vez lo mismo, quedarse quietos para siempre. Cuanto más en profundidad conoces la historia de la arquitectura, más te das cuenta de la rapidez con la que cambian las cosas. Se necesitan largos periodos de tiempo para que un tipo arquitectónico se desarrolle, y, sin embargo, no puedes dejar de estar siempre alerta: lo ves cambiar año a año. Pero los nuevos arquitectos ya no son capaces de adaptarse a ningún esquema de estricta repetición.

KF: Para las generaciones más jóvenes, el problema está, por ejemplo, en la seguridad en el empleo, que ya no se da por hecha. No hay estabilidad, sino lo contrario: la sociedad en su conjunto resulta muy inestable. Y esta es la razón por la que, a riesgo de parecer un poco ridículo, sigo pensando en términos de resistencia. No en el sentido de que uno no deba cambiar, sino en el de que la arquitectura todavía tiene el potencial de dar a los seres humanos, durante el tiempo de su corta vida, algún tipo de sostén. Se trata de una aspiración que, de algún modo, acaba siendo ética. 

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RM: Pero, aunque ya no sepamos cuál es la verdadera expresión del Zeitgeist hoy, resulta difícil creer que lo que hacemos está al margen de lo que la sociedad nos pide. Desde este punto de vista, no es difícil entender cómo se construirá el mundo. Pero esto no implica que no debamos aceptar que lo que sucede en el mundo de la arquitectura probablemente refleja, nos guste o no, lo que está sucediendo en el mundo en general. 

KF: Creo que tras esta situación subyace un problema de clases sociales en la medida en que, en cierto modo, podría decirse que el proyecto asociado a la idea de progreso, el proyecto de la Ilustración, es un proyecto de la clase media. Y podría decirse que la fe en la democracia también lo es, y que, cuando se acaba con la clase media o cuando no se es capaz de producir más clase media, entonces lo que se pierde es la propia democracia. Esta es la situación en la que nos encontramos, porque todo ese movimiento de dinero que, con la globalización, acaba en la cúspide de la pirámide social, forma parte de otro movimiento que destruye la clase media. 

RM: Es cierto que parece que la clase media hoy está en su mayor parte destruida, y sin embargo esto implica que los nuevos proletarios no son ajenos a muchas de las cosas más valiosas producidas por la cultura y la historia. Tienes que admitir que antes la gente nunca tuvo la oportunidad de sentirse realizada, de llegar a las cosas valiosas de la vida…

KF: La paradoja es que cuando esas cosas se comienzan a mercantilizar, como ocurre con todo, entonces el valor del objeto deseado empieza a dejar de ser algo deseable. Se trata de un extraño enigma. 

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